ALEJE
Descripción
Aleje está situado en el corazón de una estructura tectónica de fama universal, el Manto del Esla, recientemente añadido a la selecta lista de Sitios del Patrimonio Geológico Mundial. El Manto del Esla destaca por su compleja tectónica de pliegues y fallas, además de mostrar un registro prácticamente completo y con muy buenos afloramientos de todo el Paleozoico (desde hace unos 540 millones de años hasta unos 300 millones de años).
Son notables: el desplazamiento de las calizas Santa Lucía (Tres Picos) y Portilla (Los Corralines) por una gran falla subvertical, el sinclinal de Peña Rionda, visible a gran distancia, o la karstificación que se aprecia en Cova Rubia.
Tan singular cimiento geológico asentó y orientó la entrada de Aleje en la historia con traza humana, aunque poco se sepa de sus primeros moradores. No están a la mano restos o documentos fundacionales, como tampoco lo está su devenir futuro.
No obstante, se cuenta con el regalo de una piedra caliza que abrió su entrada en la historia escrita, y con un personaje que sitúa al pueblo en un lugar muy digno de la tradición española.
La caliza atestigua en letra mayúscula, bien gravada, que el topónimo Aleje lo es desde el siglo primero y que perdura desde hace casi dos mil años. Se trata de una estela vadiniense con un texto religioso en memoria de su primer difunto conocido y la apostilla final del lugar de enterramiento: ALISSIEGINI. El nombre del pueblo, suprimida la terminación -gini de pertenencia, era Alissie, del que deriva, por el transcurrir gráfico del término a través de los siglos (Alesce, Alexe), el actual Aleje. Y que parece explicarse a partir de la raíz hidronímica *al del indoeuropeo y del compuesto fitonímico *al + *iss, que se reconoce fácilmente en el nombre de árbol “aliso”. La etimología sugiere el gentilicio “alisieguino” para los nacidos entre centenarios chopos que apuntan, en lo alto, a las calizas que arropan al pueblo.
En cuanto al personaje, de nombre Sisnando, trabó la vinculación de Aleje con la refundación de España, en plena Reconquista, y con el Apóstol Santiago. Educado en el monasterio de San Martín, hoy Santo Toribio de Liébana, se ocupó de rehacer la vida del pueblo, tras una razzia musulmana, a mediados del siglo octavo. El rey Alfonso III lo promovió para obispo de Santiago de Compostela. Allí, consagró el primitivo templo de la actual catedral, promovió las peregrinaciones al sepulcro del Apóstol y defendió la liturgia tradicional española.
Sisnando adscribió Aleje, junto con Villayandre, al arzobispado de Santiago de Compostela, hasta que una reforma del siglo XIX lo afiliase a la diócesis de León. Así lo proclaman, al unísono, el topónimo “El Obispo”, que da entrada al pueblo, o el apodo “gallegos” de sus vecinos. Y la efigie del Apóstol a caballo, en lo alto del retablo de la iglesia, sella, como un escudo, la ligazón con el Patrono de España.
Una iglesia parroquial, dos ermitas, documentación medieval, objetos arqueológicos y la toponimia son testigos fidedignos del tránsito de los antepasados del pueblo que velan, cual acompañantes perpetuos e invisibles, por las presentes generaciones. Los cartularios de los Monasterios de Sahagún y Otero de Dueñas y de las catedrales de Santiago de Compostela y de León registran documentos de ventas y donaciones de los siglos IX al XIII. La Iglesia parroquial de Santa Eulalia y las ermitas de Santa Inés, hoy desaparecida, y de San Miguel son la expresión pétrea de una fe bimilenaria. El cáliz funerario del siglo XIII o el enterramiento del “Pandiello” abrazan a todos difuntos inhumados junto a la parroquia o camino de la ermita. Y los términos de “Villar”, “Pando” o “Los Casarines” son el eco de dos viejos asentamientos en el Valle de San Miguel.
Una Montaña, un Árbol y la profesión de fe de un Canto son el mejor y más elocuente resumen de cuanto es Aleje. La Montaña, la más elevada, que es Pico Moro, lo acuna a modo de matriz a la par que educa las miradas hacia lo Alto; el árbol milenario del Tejo simboliza la vida perpetua de sus habitantes, repartidos entre los que viven el presente y los regalados con la eternidad, después de su muerte; y la exclamación “¿Quién como Dios?” del himno a San Miguel explica el nombre semítico del Arcángel y pone del revés una interrogación que se vuelve doblemente afirmativa, como enseña de Aleje: “Nadie como Dios”.
Localización